Tomé un senda que me conduciría hacia el sureste, llegando hasta un pequeño poblado pesquero donde tomaría un barco privado. Una vez en el me acerqué hasta el muelle, podía verla, pues dentro de su camina había luz, recorrí un par de tablones y en seguida el pescador de turno salió. Tras verificar el permiso que le enseñé tomamos rumbo, alzó las velas y con la ayuda de un viento del norte pudimos partir, en silencio como no. Pegaría una cabezada no sin antes terminarme la sopa, al país del agua llegaríamos casi al amanecer por lo que era tontería permanecer despierto.